Así se llama el nuevo libro de la profesora Nadia Urbinati
(Democracy disfigured: Opinion, truth, and the people). Urbinati interpreta la
democracia como “el gobierno por medio de la opinión que opera a través de
ciertos procedimientos y dentro de un sistema de derechos y la división de
poderes del estado, es decir, dentro de una organización que intenta difuminar,
controlar y separar en vez de concentrar y exaltar el poder (y la opinión como
una forma de poder)”.
En ese sentido la democracia representativa es un sistema en
el que gobiernan la “voluntad” –el derecho a votar y los procedimientos e
instituciones que regulan las decisiones de la autoridad – y la “opinión pública” – el dominio
extra-institucional de las opiniones políticas. Según la connotada politóloga,
esta diarquía es la clave para apreciar la democracia como un gobierno que se fundamenta
en la igual libertad para todos.
La profesora de Columbia University analiza tres
desfiguraciones que representan mutaciones alarmantes de la democracia: la epistémica,
la populista y la plebiscitaria.
La teoría epistémica quiere traer la racionalidad y el
conocimiento a la política democrática con el fin de cambiar su naturaleza basada en la opinión. Ella
intenta quitarle a la democracia su naturaleza política haciéndola un proceso
para el logro de “resultados correctos”, en vez de resultados que son
procedimental y constitucionalmente válidos. En ella se basa el mito actual del
gobierno técnico (“el gobierno por los expertos”). Esta variación epistémica de
la esfera pública deforma el carácter impreciso y pluralista de la democracia,
que es esencial para el goce de la libertad política.
El populismo, por su parte, alimenta la polarización y
simplificación de los intereses sociales y las ideas políticas, y de esa manera
usa el mundo de la opinión como un mero instrumento para lograr la unidad de la
gente. La ideología populista ataca al establecimiento con el objetivo de hacer
las opiniones de una porción de la población la fuente de legitimidad (lo que un
caudillo tropical llamó el “Estado de opinión”), debilitando consecuentemente el
disentimiento y amenazando el pluralismo.
La democracia plebiscitaria, por último, da a la esfera
pública una función predominantemente estética y reduce el rol de la opinión
pública al de construir la autoridad del líder. El carácter visual de los
medios de comunicación facilita ese fenómeno en el que los ciudadanos se
convierten en una audiencia pasiva con curiosidad insaciable y en el que su actividad principal es visual y
espectadora, no discursiva u orientada a la participación.
Estas desfiguraciones castigan las instituciones intermedias
como los partidos políticos, promueven formas personalistas de representación y
abogan por un poder ejecutivo fuerte. También proponen revisar fuertemente o
descartar el carácter procedimental de la democracia sobre el que la figura diárquica
descansa y cuestionan el significado y la función de lo público.
Según Urbinati, el valor de la democracia descansa en el
hecho de que permite a los ciudadanos cambiar sus decisiones y sus líderes sin
cuestionar el orden político. La democracia es a la vez una meta y el proceso
para alcanzarla. La libertad de participación y la certeza de que ninguna
mayoría será la última son los “bienes” que los procedimientos democráticos
proveen. Ojalá en Colombia podamos proteger y afianzar nuestra débil
democracia.
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