jueves, 3 de julio de 2014

Necesitamos más zorras

“La zorra sabe muchas cosas, pero el erizo sabe una grande”. Este es el fragmento de un poeta griego en el que se basó Isaiah Berlin para escribir su ensayo “La zorra y el erizo” en 1953. Según Berlin, filósofo e historiador británico, tomando figurativamente esas palabras se puede señalar una de las diferencias más profundas que divide el estilo de pensamiento de los seres humanos.

Por una parte, están aquellos que relacionan todo a un visión única, un sistema, más o menos coherente o articulado; un principio universal y único bajo el cual interpretan todo lo que observan, piensan y sienten. Esta es la actitud que define al erizo.

Por otra parte, aparecen aquellos que tienen una visión dispersa y múltiple de la realidad compleja y que no la integran en una explicación simplificada, ordenada y coherente, sino que aceptan que en la vida pueden acontecer hechos contradictorios entre sí y sin ninguna conexión a algún principio moral o estético.  Esta es la actitud característica de la zorra.

De acuerdo a Berlin, las personas que adoptan la actitud de la zorra piensan de manera difusa, moviéndose en diferentes niveles y agarrando la esencia de las experiencias y objetos sin tratar de ajustarlas a una visión unitaria, totalizadora y algunas veces incompleta, contradictoria o fanática de la realidad. Saben que muchas cosas dependen del contexto y presentan muchos matices.

Bajo ese esquema, personajes como Platón, Santo Tomás, Marx y Freud serían erizos, mientras que Aristóteles, Montaigne, Goethe, Balzac y Joyce serían zorras.

Comentando este ensayo, Vargas Llosa afirma que en la visión de los erizos el azar, lo accidental y lo gratuito desaparecen del mundo o quedan relegados; mientras que para las zorras lo general no existe, solo los casos particulares. Para el nobel peruano, los erizos tienden a creer que existe una sola respuesta verdadera para cada problema humano, y que, una vez hallada esa respuesta, todas las otras deben ser rechazadas por erróneas. De esta actitud se han derivado muchas de las tragedias de la humanidad.

En la tragedia colombiana vivimos desde hace décadas una particular forma de polarización en la que la sociedad se divide en bandos que se desprecian mutuamente. Tendemos a etiquetar fácilmente al que piensa distinto y por llevar esa etiqueta sus ideas o posiciones no merecen ni siquiera ser escuchadas. En algunas épocas – como la actual – algunos de los bandos tienden a radicalizarse y a producir fanatismos.

La constante violencia que ha permeado nuestra historia –alimentada en los últimos decenios por fenómenos como el narcotráfico, la guerrilla y el paramilitarismo – ha dotado a nuestra sociedad  de algunos marcados rasgos de sectarismo, intolerancia y segregación.

En la actual campaña política a la presidencia se ha manifestado claramente esta tendencia, lo cual no sorprende porque, como lo dice el mismo Vargas Llosa, los erizos tienden a prevalecer en la política dado que las explicaciones totalizadoras, claras y coherentes de los problemas, tienden a ser más populares.

Sin embargo, cada vez más los humanos estamos tomando conciencia de nuestra interdependencia, de que vamos en el mismo barco y, por tanto, de que la tolerancia y el pluralismo son necesidades prácticas para nuestra supervivencia. Para caminar en esa dirección, en nuestro país tenemos el deber también práctico y moral de acabar lo más pronto posible con el conflicto armado y terminar así con esa espiral de violencia e intransigencia que está enfermando a nuestra sociedad. Ese es el primer paso para alcanzar la reconciliación y la paz. 

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