sábado, 18 de agosto de 2012

Pedimos la palabra en medio de la polarización

Durante las últimas semanas se ha hecho más clara la ruptura de la relación entre el presidente Santos y el expresidente Uribe. A raíz de este enfrentamiento se han radicalizado las posiciones de muchos sectores de la sociedad y de la opinión pública, hasta el punto que se percibe un creciente proceso de polarización en el país. Si ese proceso se acentúa, el país corre el riesgo de perder tiempo y oportunidades para resolver sus problemas más apremiantes –desigualdad social, conflicto armado y debilidad institucional.

Es en este contexto que la semana pasada se reunieron en Medellín algunos colombianos –políticos, periodistas, empresarios y académicos – que, aunque tienen diferentes visiones, comparten la opinión de que “lo que necesita el país no es la reconciliación de personalismos, sino la reconciliación de la política con las aspiraciones de la ciudadanía”. Este grupo que se ha hecho llamar “Pedimos la palabra” manifestó que su objetivo principal es recuperar el sentido público, ético y representativo de la política. Si bien su declaración final es bastante general y no presenta propuestas concretas, por lo menos es una iniciativa que busca abrir espacios de controversia y discusión seria sobre los problemas que enfrenta el país.

Los políticos que deberían estar dando ese debate no tienen una visión acertada de país porque andan más preocupados por sus intereses clientelistas y burocráticos, así tengan que alinearse a idearios extremistas. Enhorabuena, por tanto, surge esta iniciativa de diálogo moderado ya que la polarización social – es decir, ese proceso en que los ciudadanos asumen posiciones en los “polos” o extremos del espectro ideológico – es muy peligrosa para Colombia sobretodo en este momento.

En general, las ideologías extremistas incitan al fanatismo, a la negación del que piensa diferente, a quien se le empieza a catalogar como enemigo. Se cierran las puertas al debate y la discusión de ideas pues ya no se cuestionan los argumentos sino que se ataca directamente a las personas. Es así que al que piensa diferente se le trata de estigmatizar, se le desprecia y desacredita por su procedencia, su clase social, su pertenencia a un partido o movimiento social. Las ideas del “otro” no se escuchan porque provienen de un “oligarca”, un “mamerto”, un “resentido social”, la “indiamenta” o un “ricachón”.

Toda ideología o forma de pensar cerrada que lleve a despreciar al que es indiferente, no puede ser saludable para una sociedad democrática. Como escribió recientemente el ex-Primer Ministro británico Tony Blair, la democracia no es solamente un sistema de votación, sino una actitud de mente abierta. De aquí que sea ciertamente necesario recuperar el sentido colectivo y representativo de la política, que los ciudadanos libres de aquellas posiciones fanáticas que segregan no permanezcamos indiferentes y pasivos, sino que pidamos la palabra.