jueves, 30 de abril de 2015

Sacudir la conciencia colectiva

Hoy se cumplen 31 años del magnicidio de Rodrigo Lara Bonilla, un político que dejó muy en alto el nombre del Huila. Lara Bonilla fue un huilense que murió por defender con valentía y convicción nuestras instituciones democráticas que, aunque débiles e incipientes, ya en su época empezaban a ser fuertemente amenazadas por el naciente y creciente fenómeno del narcotráfico.

Nos podemos preguntar ¿qué significado debería tener la figura de Lara Bonilla hoy para los huilenses? Hoy cuando el departamento enfrenta niveles alarmantes de pobreza, desigualdad, rezago educativo y productivo. Hoy cuando el presidente de la Cámara Colombiana de la Infraestructura señala que, según los resultados de corrupción en la contratación del año pasado, tanto el Huila como Neiva ocuparon el tercer lugar entre los departamentos y municipios más corruptos respectivamente. La corrupción en el Huila aumenta cada vez más ante la mirada conformista, escéptica o pasiva de muchos opitas.

A veces se escucha a huilenses que han adoptado una visión completamente cínica: “Todos los funcionarios públicos son corruptos”, “si uno es honesto lo tratan de tonto”, “uno no dice que no roben, pero que hagan algo”. Se empieza a creer que lo normal es ser deshonesto y que ser honrado es imposible o, por lo menos, inconveniente.

¿Qué clase de desarrollo o de democracia podemos entonces esperar si, como dice William Ospina, “lo más grave es que los miembros de una sociedad terminen por no creer en el honor, en la dignidad, en el valor de la palabra empeñada, en el orgullo de respetar los compromisos, en la compasión ante el dolor de los demás”?

Es allí donde irrumpe con fuerza y claridad el ejemplo valeroso, coherente y digno del ex ministro Lara Bonilla; ejemplo que debe ser preservado y resaltado de tal forma que se convierta en un referente moral y una fuente de inspiración para las nuevas generaciones en el Huila.

Debemos evitar el camino fácil de la componenda moral y la ambigüedad marrullera. Solo así podremos realmente crear un sentido de lo público, ayudar a arraigar la ley en la conciencia de los ciudadanos en vez de la cultura de la ilegalidad, y favorecer el buen vivir de todos los colombianos sin caer en el viejo error, como alerta Ospina, “de pensar que unos cuantos elegidos se encargarán de transformar el país y salvarnos de la adversidad. Colombia necesita un pueblo entero comprometido en su transformación”.


Luis Carlos Galán, otro hombre recto y pulcro, dijo el día del entierro de Lara Bonilla que él “asumió su misión, consciente de que no vería el final de la batalla, pero seguro, también, de que su actitud tendría que sacudir la conciencia colectiva”. Defender las instituciones democráticas fue para Lara una obsesión y, como decía Gabo, “las obsesiones dominantes prevalecen contra la muerte”.

Magdalena

Hace poco terminó la primera parte de la Movilización por la Defensa del rio Magdalena denominada “El río de la vida” y la II Expedición al Macizo Colombiano, zona en donde nace dicho rio. Estas iniciativas de la sociedad civil buscan concientizar sobre la importancia del rio para la vida de los colombianos.

Como varios activistas lo han manifestado, la cuenca del Rio Magdalena se encuentra amenazada por las políticas minero energéticas y extractivistas del Gobierno, en particular, por el Plan Maestro de Aprovechamiento del rio que busca construir varias hidroeléctricas y promover la navegabilidad a lo largo de su cauce.

Dichas políticas se defienden en nombre del desarrollo: exportar energía a naciones vecinas y disminuir el costo de transporte de los recursos naturales que se extraen del territorio colombiano, atrayendo inversión extranjera, generando divisas y crecimiento para el país. El objetivo es en realidad garantizar la navegabilidad del capitalismo financiero, aquel barco ebrio desconectado de las realidades sociales del que hablaba Alan Greenspan, ex director del banco central de los Estados Unidos.

Por eso resulta crucial defender al Magdalena, la principal fuente hídrica de nuestra territorio. Según Edgar Morin, es necesario también superar esa concepción miope de desarrollo cuyo objetivo de crecimiento a toda costa tiende a sacrificar lo que no obedece la lógica de la competitividad. Para este visionario francés no basta con atenuar la noción de desarrollo añadiéndole el adjetivo de “sostenible”, lo cual sólo suaviza y dulcifica su apariencia, mientras su “núcleo duro” persiste.

En ese mismo sentido, William Ospina afirma “que es posible una civilización, un progreso y un bienestar en armonía con la naturaleza, defendiendo el equilibrio y no una teoría del desarrollo contraria a la vida, y una teoría del crecimiento ilimitado en un mundo de recursos limitados”. Ospina sostiene que “no queremos que se llame progreso a la devastación, a la muerte, sólo porque es rentable para unos cuantos” y hace un llamado vehemente a que no obtengamos la energía matando la vida, destrozando la naturaleza y envenenando los manantiales, sino de fuentes inagotables como el viento y el sol.


El escritor comenta que no sabe con qué fin habrán hecho los antiguos habitantes de San Agustín esas poderosas esculturas de piedra que asombran al mundo, pero sólo puede verlas como los guardianes del nacimiento del río. No le parece una casualidad que el arte escultórico más antiguo de nuestra tierra se haya dado precisamente allí donde nace el gran río. Yo le agregaría que tampoco es casualidad que se llame Magdalena que significa “magnífica habitante de la torre grande” pues somos los habitantes de esa fortaleza natural que protege nuestras vidas y por eso debemos defenderla con magnanimidad.