domingo, 18 de mayo de 2014

Ni zorros ni santos

En algunos años Colombia puede llegar a ser un país moderno que facilite el buen vivir a sus habitantes. Un país pluralista que no sólo acepta las diferencias sino que las aprecia. Un país en donde la educación motiva a cada colombiano a entender el mundo, a aprovechar sus propias potencialidades y a valorar nuestras riquezas culturales y naturales. Un país en donde valores como el respeto, la honestidad, la decencia y la disciplina permean de manera coherente el actuar de sus ciudadanos en todos los ámbitos de sus vidas.

En últimas, un país en donde seamos conscientes de que jugamos en el mismo equipo y por eso tenemos que seguir unas normas que mejoran la convivencia, generan confianza y, por tanto, nos permiten alcanzar mejores resultados.

Hoy, sin embargo, el panorama es oscuro. Nos hemos convertido en un país de desconfiados. El transeúnte desconfía del que se le para al lado, el votante desconfía del político y el comprador desconfía del vendedor .

Hoy lo normal no es confiar en el valor de la palabra o presumir que el otro obra de buena fe, sino todo lo contrario. La honestidad ya no es causa de orgullo y dignidad, sino de críticas y burlas por no aprovechar el “cuarto de hora” o la “oportunidad”. La deshonestidad es ahora inteligencia, viveza!. Todos desconfían de todos. El país del “no dar papaya”, en realidad no da confianza.

De esa forma, se aleja cada vez más de nuestro horizonte el grado de bienestar al que han llegado otras naciones. Seguimos dando vueltas en esa espiral macondiana que es nuestra patria boba. La misma que nos ha mantenido sumidos por décadas en el odio, en los prejuicios, en los dogmas, en la exclusión y en el desprecio del que es diferente. La misma que ha permitido que una pequeña élite mezquina y aprovechada gobierne al país, negándole a una gran parte de la población el disfrute de nuestra riqueza nacional.

Hoy el espectáculo grotesco y descarado de los políticos y funcionarios públicos de turno también genera desconfianza y apatía. Mientras que nos entretienen y manipulan descaradamente con asuntos superficiales, en otros países como Ecuador, Chile y Costa Rica se debaten los temas relevantes y prioritarios para su desarrollo.

Colombia, en cambio, se mueve entre el conformismo y el fanatismo. El zorro se presenta como un santo y el santo resulta ser un zorro. Ambos se aprovechan de una población sumergida en la pobreza económica y cultural, una población sometida que se niega a levantar la cabeza y asumir la responsabilidad de su destino. Entre tanto, el clientelismo y la corrupción carcomen nuestras instituciones; aquellas que fueron ideadas para permitirnos convivir en paz y para promover el progreso social.

En esta etapa sombría de nuestra historia, necesitamos líderes verdaderos que logren despertarnos y que puedan inspirar en los colombianos el anhelo de una nación moderna y civilizada. No caudillos o salvadores de medio pelo; sino líderes como Abraham Lincoln, Nelson Mandela, Mahatma Gandhi o Franklin Delano Roosevelt, que lograron encender la esperanza – en vez del miedo – y la unión – en vez del odio – entre sus conciudadanos en épocas bien difíciles para sus países.

Pero esos líderes necesitan del apoyo de todos nosotros, tanto para surgir como para poder actuar. Por ahora lo único que podemos hacer es tratar de ser coherentes en nuestra vida y no ceder ante aquello que tanto nos repulsa y que pudre a nuestra nación

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