Primera
escena: un auditorio de jóvenes hablando mientras un conferencista expone.
Segunda escena: varias personas en una mesa escribiendo en sus celulares
mientras otra comparte una anécdota. Tercera escena: estudiantes charlando y
escribiendo en sus celulares mientras el profesor da ciertas indicaciones.
Nombre de la película: la cultura sorda.
Durante
esta semana presencié las anteriores escenas, que en realidad ya se están volviendo
muy comunes en nuestra sociedad. Estamos entrando a lo que podría ser una época
de decadencia en la escucha. Cada vez resulta más difícil, sobre todo para las
nuevas generaciones, escuchar, poner atención, enfocarse en algo y, por tanto,
aprender, seguir instrucciones, respetar al que habla, conocer al otro y ser
capaz de comprender los sentimientos y sentir empatía por los demás.
Según
Daniel Goleman en su último libro “Focus: Desarrollar la atención para alcanzar
la excelencia”, la atención funciona como un músculo: úsela pobremente y se
puede marchitar; trabájela bien y crece.
Goleman
señala que el empobrecimiento de la atención nos ha llevado a un estado de
“atención parcial continua” en el que hemos desarrollado hábitos de atención
que nos hace menos efectivos en nuestros trabajos y en las relaciones con los
demás. Herbert Simon, premio Nobel de economía, dijo que la información consume
la atención de los receptores. Por eso una riqueza de información crea una
pobreza de atención.
Para el prestigioso
autor el poder de desenganchar nuestra atención de algo y moverla a otra es
esencial para el bienestar y una vida inmersa en las distracciones digitales
crea una sobrecarga cognitiva constante que desgasta nuestra capacidad de
auto-control y nuestra fuerza de voluntad.
Nicholas
Carr en su libro “Los superficiales” alertó sobre los síntomas de cómo internet
y las nuevas tecnologías de la información capturan y dispersan nuestra
atención y cómo eso trastorna nuestras relaciones sociales a la vez que
dificulta guardar el conocimiento en la memoria de largo plazo que es donde se
desarrolla el pensamiento crítico e innovador. En pocas palabras, sin atención
no aprendemos o pensamos profundamente. El “pensamiento profundo” requiere
mantener una mente enfocada.
Los niños están
creciendo hoy más sintonizados con las máquinas y menos con las personas que
nunca antes en la historia humana, lo cual resulta problemático porque, según
Goleman, los circuitos sociales y emocionales del cerebro de un niño aprenden
del contacto y conversación con otras personas.
Muy
posiblemente estamos viviendo el inicio de una revolución cultural con
consecuencias más profundas de las que hoy intuimos. La neurociencia y las
ciencias sociales nos permiten ver desde ahora algunos efectos nocivos de las
nuevas tecnologías.
¿Cómo están
los padres de familia y los maestros intentando orientar a los niños en esta
etapa de cambio?, ¿Cómo las instituciones públicas encargadas de velar por el
bien común se están preparando para enfrentar los retos que esta transformación
social implica? Países asiáticos como Taiwan y Corea, por ejemplo, están empezando
a ver la adicción a internet – juegos, redes sociales, realidad virtual, etc – que aísla a los jóvenes como una crisis de
salud nacional. Algunos padres regulan el acceso a internet o a aplicaciones
digitales a sus hijos para enseñarlos a utilizarlas con moderación. Antes de
dar el próximo click ponga atención.
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