sábado, 8 de marzo de 2014

¿Sapos en la olla?

Hay una anécdota según la cual cuando se echa un sapo en agua hirviendo este salta súbitamente; mientras que si se coloca en agua fría y se le calienta lentamente, el sapo termina cocinándose sin ni siquiera enterarse.

Algunos utilizan la anécdota para explicar cómo los humanos muchas veces tendemos a acostumbrarnos a las situaciones adversas y a su progresiva degradación sin la capacidad de reaccionar.

Eso es lo que nos ha pasado a los colombianos con la corrupción en la política. Ya nos hemos acostumbrado a que es algo normal, algo inevitable e inherente a esa actividad. Es la aceptación implícita de que hoy la honestidad es imposible.

Todos conocemos los problemas de pobreza, desigualdad, injusticia y corrupción que impiden el desarrollo social y económico del país. Aunque nos quejamos e indignamos esporádicamente, en el fondo nos hemos vuelto conformistas y aceptamos resignadamente esa situación. El nivel de temperatura que va descomponiendo el tejido social y la moral pública está lentamente aumentando pero no lo percibimos en realidad.

Para cambiar esa situación de letargo, esa parálisis mental, se necesita una ruptura, un cimbronazo que nos despierte de la entumecimiento  y nos haga saltar antes de que nos chamusquemos.

Por ello, ahora estoy convencido de que el voto en blanco puede ser ese golpe que nos ayude a darnos cuenta de la creciente putrefacción de nuestras instituciones y del quehacer político. La victoria del voto en blanco en las próximas elecciones parlamentarias puede hacernos conscientes de que los cambios que el país requiere sí son posibles.

El pasado jueves el editorial de El Espectador, reconociendo la fuerza que ha tomado en las encuestas, afirma que “mucho más poderoso que la abstención, el voto en blanco podría cambiar el curso de las cosas. Podría darle una cara a la indignación social”.

La victoria de esta expresión de inconformidad de la ciudadanía podría ser el detonante de los cambios institucionales y de mentalidad que el país requiere. Ante la inminencia del fin del conflicto armado, sobre todo ahora necesitamos de un Congreso renovado que encarrile al país de una vez por todas en la senda del progreso como lo hicieron, por ejemplo, Chile, Costa Rica y ahora Ecuador.

Es hora de que dejemos de ser el sapo en el agua hirviendo o los Aurelianos que perecen atados a un árbol o comidos por las hormigas. Demostremos que las estirpes condenadas a cien años de soledad sí tienen segunda oportunidad sobre la tierra. Sí podemos.

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