Hay una
anécdota según la cual cuando se echa un sapo en agua hirviendo este salta
súbitamente; mientras que si se coloca en agua fría y se le calienta
lentamente, el sapo termina cocinándose sin ni siquiera enterarse.
Algunos
utilizan la anécdota para explicar cómo los humanos muchas veces tendemos a
acostumbrarnos a las situaciones adversas y a su progresiva degradación sin la
capacidad de reaccionar.
Eso es lo
que nos ha pasado a los colombianos con la corrupción en la política. Ya nos
hemos acostumbrado a que es algo normal, algo inevitable e inherente a esa
actividad. Es la aceptación implícita de que hoy la honestidad es imposible.
Todos
conocemos los problemas de pobreza, desigualdad, injusticia y corrupción que
impiden el desarrollo social y económico del país. Aunque nos quejamos e
indignamos esporádicamente, en el fondo nos hemos vuelto conformistas y
aceptamos resignadamente esa situación. El nivel de temperatura que va
descomponiendo el tejido social y la moral pública está lentamente aumentando
pero no lo percibimos en realidad.
Para
cambiar esa situación de letargo, esa parálisis mental, se necesita una
ruptura, un cimbronazo que nos despierte de la entumecimiento y nos haga saltar antes de que nos chamusquemos.
Por ello,
ahora estoy convencido de que el voto en blanco puede ser ese golpe que nos
ayude a darnos cuenta de la creciente putrefacción de nuestras instituciones y
del quehacer político. La victoria del voto en blanco en las próximas
elecciones parlamentarias puede hacernos conscientes de que los cambios que el
país requiere sí son posibles.
El pasado
jueves el editorial de El Espectador, reconociendo la fuerza que ha tomado en
las encuestas, afirma que “mucho más poderoso que la abstención, el voto en
blanco podría cambiar el curso de las cosas. Podría darle una cara a la
indignación social”.
La victoria
de esta expresión de inconformidad de la ciudadanía podría ser el detonante de
los cambios institucionales y de mentalidad que el país requiere. Ante la
inminencia del fin del conflicto armado, sobre todo ahora necesitamos de un
Congreso renovado que encarrile al país de una vez por todas en la senda del
progreso como lo hicieron, por ejemplo, Chile, Costa Rica y ahora Ecuador.
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