sábado, 27 de octubre de 2012

Pékerman y la meritocracia

Los colombianos queremos y confiamos en que Pékerman, el director técnico de la selección de fútbol, seleccione a los mejores jugadores de acuerdo a sus méritos, es decir, a sus capacidades y compromiso. Estaría en problemas ante la opinión pública si se llegara a guiar por otros criterios.

Si nos enteráramos de que Pékerman dejó en el banco a  Falcao para que pudiera jugar un primo de su esposa, o  no convocó a James Rodríguez para darle un puesto en la selección a un jugador recomendado por un viejo amigo suyo, o remplazó a Yepes por un defensa que prometió darle la mitad del sueldo a cambio de que lo dejara jugar, todos pondríamos  el grito en el cielo. En poco tiempo la indignación contra Pékerman crecería tanto que su puesto se haría insostenible y difícilmente podría aspirar a volver a ocuparlo.

Nos podríamos preguntar ¿Por qué no exigimos los mismos criterios de selección para los que integran nuestras instituciones públicas? ¿Por qué aceptamos pasivamente que nombren a personas incompetentes o dejen de escoger a las más capacitadas para los cargos públicos? ¿Por qué nos hemos acostumbrado – y a veces incluso apoyamos –que políticos clientelistas y corruptos se adueñen de las instituciones del Estado?  Estas afectan directamente nuestra vida y determinan en gran medida el desarrollo de nuestro país.

Nos afecta, por ejemplo, que los funcionarios públicos que administran los impuestos o las empresas públicas  no sean los más competentes,  o que los profesores no sean escogidos por sus méritos, o  que empresarios honestos no puedan llegar a contratar con el Estado porque no van con recomendaciones políticas o no están dispuestos a pagar sobornos.

El hecho de que en nuestro país no sea la meritocracia la que predomine sino el clientelismo, supone sobrecostos para el presupuesto público, ineficiencia administrativa y en muchos casos pérdida ilegal de los recursos; en pocas palabras, supone menor desarrollo. Algunos países como Brasil, Chile y Costa Rica  están avanzando en este tema y a la vez mejorando notablemente el nivel de vida de sus habitantes. Están trabajando también en ampliar las oportunidades de educación para que la meritocracia no termine beneficiando exclusivamente a los privilegiados.

En el caso de Colombia, tenemos que empezar a soñar con triunfar sobre los que han secuestrado las instituciones públicas y exigir, como lo hacemos con Pékerman, que se elija a los servidores públicos por sus méritos. Sin presión de la opinión pública resultaría bastante improbable que el Congreso –en el que una gran parte de sus miembros sobreviven gracias a las prácticas clientelistas – pueda sacar adelante una reforma administrativa que realmente promueva la meritocracia.

Quizás para los que leemos este periódico y hacemos parte de la opinión pública informada, este punto es evidente, pero para una gran parte de la población no es así. Nuestro deber cívico es ayudar a crear conciencia sobre los efectos negativos del clientelismo y la necesidad de combatirlo para llegar a jugar con los mejores.

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