Así se llama el reciente libro de William Ospina, que constituye
una actualización y ampliación de su famoso ensayo “La franja amarilla”. Con su
característico estilo agudo y con su enfoque amplio, Ospina presenta en este
ensayo una breve historia crítica de Colombia tratando de desvelar la raíz de
sus principales problemas.
El autor defiende la tesis de que en Colombia nunca se abrió
camino el pensamiento liberal. A diferencia de otros países de Latinoamérica,
acá no ha existido una reforma y un verdadero proyecto liberal.
El discurso colonial excluyente y clasista persistió desde la
Independencia gracias a la alianza entre la élite de terratenientes que heredó
la república y el poder clerical. Estos se encargaron de educar al país “en el
racismo, la intolerancia con las ideas distintas, la mezquindad como estilo de
vida y el irrespeto por el derecho de los ciudadanos”.
Desde entonces en Colombia hemos tenido una democracia de fachada
en donde los dirigentes y burócratas se preocupan más por las formalidades que
por los derechos y la dignificación de los individuos.
Los dirigentes que supuestamente eran liberales en algún momento
decisivo negaron sus principios. Como hacían parte de la élite que había
heredado grandes privilegios, no se resignaban “al hecho lamentable de que para
construir repúblicas liberales hubiera que dar poder y dignidad al pueblo” y
democratizar aquellos privilegios. El pueblo siempre les parecía una amenaza.
Según Ospina, Gaitán fue el único líder liberal verdadero que ha
tenido Colombia. Fue él quien entendió la necesidad de una reforma profunda
para introducir al país en la modernidad, crear una sociedad incluyente y una
nación orgullosa de su historia y de su cultura.
El reconocido intelectual tolimense afirma que a Gaitán no lo
mataron por ser comunista sino por ser liberal. Para Ospina, la desmedida
reacción antipopular de la élite colombiana se debe a que esta “no odia al
comunismo ni a la subversión sino al liberalismo: lo que odia y teme es el
discurso de los derechos humanos, de las reivindicaciones ciudadanas, los
movimientos sindicales, todos esos instrumentos de la democracia liberal”.
El ensayista sostiene que el drama de Colombia sigue siendo la
ausencia del pueblo en el relato y la construcción de la nación. “El país es
ahora un sueño a la deriva, del que parasitan con sus viejas frases ampulosas y
sus grandes énfasis los cazadores de votos, sin que nadie proponga un proyecto
digno de nación”. El final de la guerra puede ser el comienzo para que el
pueblo construya ese proyecto que repare y ofrezca por fin las oportunidades a
los que han permanecido excluidos durante mucho tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario