viernes, 24 de enero de 2014

Pa que se acabe la vaina

Así se llama el reciente libro de William Ospina, que constituye una actualización y ampliación de su famoso ensayo “La franja amarilla”. Con su característico estilo agudo y con su enfoque amplio, Ospina presenta en este ensayo una breve historia crítica de Colombia tratando de desvelar la raíz de sus principales problemas.

El autor defiende la tesis de que en Colombia nunca se abrió camino el pensamiento liberal. A diferencia de otros países de Latinoamérica, acá no ha existido una reforma y un verdadero proyecto liberal.

El discurso colonial excluyente y clasista persistió desde la Independencia gracias a la alianza entre la élite de terratenientes que heredó la república y el poder clerical. Estos se encargaron de educar al país “en el racismo, la intolerancia con las ideas distintas, la mezquindad como estilo de vida y el irrespeto por el derecho de los ciudadanos”.

Desde entonces en Colombia hemos tenido una democracia de fachada en donde los dirigentes y burócratas se preocupan más por las formalidades que por los derechos y la dignificación de los individuos.

Los dirigentes que supuestamente eran liberales en algún momento decisivo negaron sus principios. Como hacían parte de la élite que había heredado grandes privilegios, no se resignaban “al hecho lamentable de que para construir repúblicas liberales hubiera que dar poder y dignidad al pueblo” y democratizar aquellos privilegios. El pueblo siempre les parecía una amenaza.

Según Ospina, Gaitán fue el único líder liberal verdadero que ha tenido Colombia. Fue él quien entendió la necesidad de una reforma profunda para introducir al país en la modernidad, crear una sociedad incluyente y una nación orgullosa de su historia y de su cultura.

El reconocido intelectual tolimense afirma que a Gaitán no lo mataron por ser comunista sino por ser liberal. Para Ospina, la desmedida reacción antipopular de la élite colombiana se debe a que esta “no odia al comunismo ni a la subversión sino al liberalismo: lo que odia y teme es el discurso de los derechos humanos, de las reivindicaciones ciudadanas, los movimientos sindicales, todos esos instrumentos de la democracia liberal”.


El ensayista sostiene que el drama de Colombia sigue siendo la ausencia del pueblo en el relato y la construcción de la nación. “El país es ahora un sueño a la deriva, del que parasitan con sus viejas frases ampulosas y sus grandes énfasis los cazadores de votos, sin que nadie proponga un proyecto digno de nación”. El final de la guerra puede ser el comienzo para que el pueblo construya ese proyecto que repare y ofrezca por fin las oportunidades a los que han permanecido excluidos durante mucho tiempo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario