Ese es el dilema en
Latinoamérica, afirma Enrique Krauze en su libro “Redentores: Ideas y poder en
América Latina”. Según Krauze mientras haya pueblos sumidos en la pobreza y la
desigualdad, aparecerán redentores. Hugo Chávez fue un caudillo populista que
utilizó magistralmente su extraordinario
carisma para sintonizar con las masas y presentarse como un redentor.
Muchos coinciden en que el incansable
compromiso de Chávez con las clases pobres que habían permanecido marginadas durante
décadas lo llevó a reducir considerablemente la pobreza y mejorar diferentes
indicadores sociales relacionados con la nutrición, el alfabetismo y la
vivienda. Fines loables y necesarios.
Sin embargo, Chavéz lo hizo
sobre todo con políticas asistencialistas aprovechando la inmensa riqueza
petrolera de Venezuela. Estas políticas en vez de incentivar el desarrollo
autónomo, responsable y sostenible de aquellos pobres, los ha mantenido en una posición de mendicidad y
conformismo. Aumentó la cobertura académica pero de un sistema educativo de
pésima calidad como se evidencia, por ejemplo, en el bajo número de patentes o
en la posición de las universidades venezolanas en los rankings
internacionales.
Su desdén por el emprendimiento
y la iniciativa privada lo llevó a promover la desindustrialización de la
economía tal como se refleja en los constantes desabastecimientos y dependencia
de las importaciones. A pesar de haber gobernado durante un espectacular
incremento del precio del petróleo, Venezuela mantiene un elevado déficit
fiscal y, paradójicamente, su dependencia de la venta de dicho combustible a
Estados Unidos. Por el contrario, varios países del Medio Oriente están
aprovechando inteligentemente los ingresos por el petróleo creando
infraestructura, diversificando sus economías para que no dependan del petróleo
y fundando universidades con vocación global y científica.
No obstante, el principal efecto
negativo del enfoque de Chávez fue la promoción del fanatismo ideológico y la
estigmatización del que piensa diferente, con la resultante división de toda
una nación. El odio y el resentimiento nunca podrán ser el motor del desarrollo
humano. Como la mayoría de caudillos que han gobernado en Latinoamérica, Chávez
manifestó un constante desprecio por las instituciones y el sistema de balances
y contrapesos al poder, sin los cuales tampoco se puede garantizar el
desarrollo en un ambiente democrático, basado en la libertad y el respeto.
Como lo indica Andrés Oppenheimer
en su libro “¡Basta de Historias!”, los latinoamericanos
tenemos una obsesión con el pasado, siempre estamos mirando hacia atrás,
recordando las opresiones sufridas y los líderes de antaño. No superaremos las
barreras al desarrollo que enfrentamos hasta que, en vez de seguir señalando al
imperialismo yanqui y otros chivos expiatorios como la causa de todos nuestros
males, tomemos conciencia de nuestra identidad, dejemos nuestros complejos
culturales y asumamos la responsabilidad de nuestros problemas mirando hacia el
futuro.
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