domingo, 10 de marzo de 2013

¿Democracia o redención?


Ese es el dilema en Latinoamérica, afirma Enrique Krauze en su libro “Redentores: Ideas y poder en América Latina”. Según Krauze mientras haya pueblos sumidos en la pobreza y la desigualdad, aparecerán redentores. Hugo Chávez fue un caudillo populista que utilizó magistralmente  su extraordinario carisma para sintonizar con las masas y presentarse como un redentor.

Muchos coinciden en que el incansable compromiso de Chávez con las clases pobres que habían permanecido marginadas durante décadas lo llevó a reducir considerablemente la pobreza y mejorar diferentes indicadores sociales relacionados con la nutrición, el alfabetismo y la vivienda. Fines loables y necesarios.

Sin embargo, Chavéz lo hizo sobre todo con políticas asistencialistas aprovechando la inmensa riqueza petrolera de Venezuela. Estas políticas en vez de incentivar el desarrollo autónomo, responsable y sostenible de aquellos pobres, los  ha mantenido en una posición de mendicidad y conformismo. Aumentó la cobertura académica pero de un sistema educativo de pésima calidad como se evidencia, por ejemplo, en el bajo número de patentes o en la posición de las universidades venezolanas en los rankings internacionales.

Su desdén por el emprendimiento y la iniciativa privada lo llevó a promover la desindustrialización de la economía tal como se refleja en los constantes desabastecimientos y dependencia de las importaciones. A pesar de haber gobernado durante un espectacular incremento del precio del petróleo, Venezuela mantiene un elevado déficit fiscal y, paradójicamente, su dependencia de la venta de dicho combustible a Estados Unidos. Por el contrario, varios países del Medio Oriente están aprovechando inteligentemente los ingresos por el petróleo creando infraestructura, diversificando sus economías para que no dependan del petróleo y fundando universidades con vocación global y científica.

No obstante, el principal efecto negativo del enfoque de Chávez fue la promoción del fanatismo ideológico y la estigmatización del que piensa diferente, con la resultante división de toda una nación. El odio y el resentimiento nunca podrán ser el motor del desarrollo humano. Como la mayoría de caudillos que han gobernado en Latinoamérica, Chávez manifestó un constante desprecio por las instituciones y el sistema de balances y contrapesos al poder, sin los cuales tampoco se puede garantizar el desarrollo en un ambiente democrático, basado en la libertad y el respeto.


Como lo indica Andrés Oppenheimer en  su libro “¡Basta de Historias!”, los latinoamericanos tenemos una obsesión con el pasado, siempre estamos mirando hacia atrás, recordando las opresiones sufridas y los líderes de antaño. No superaremos las barreras al desarrollo que enfrentamos hasta que, en vez de seguir señalando al imperialismo yanqui y otros chivos expiatorios como la causa de todos nuestros males, tomemos conciencia de nuestra identidad, dejemos nuestros complejos culturales y asumamos la responsabilidad de nuestros problemas mirando hacia el futuro.

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