sábado, 17 de noviembre de 2012

El campanazo de Interbolsa

Después de que los problemas de liquidez de Interbolsa, la mayor comisionista de valores del país, se agravaron hasta el punto que no pudo cumplirle a una de sus contrapartes, el Gobierno decidió liquidar la compañía. El Ministerio de Hacienda y la Superintendencia Financiera, sin embargo, estuvieron varias semanas intentando evitar la debacle de este importante jugador en el sector financiero. Una quiebra desordenada podría poner en peligro no solamente a sus clientes y contrapartes, sino también al mismo mercado de deuda pública, ya que era uno de los principales inversionistas en bonos del Gobierno.

Ahora que disminuyó el riesgo para el sistema – aunque todavía no se han aclarado muchos detalles sobre el entramado de las operaciones que había montado–, el Gobierno debe evaluar detenidamente los ajustes normativos necesarios para disminuir la probabilidad de que se repitan eventos como este. Es lo que varios países han venido tratando de hacer después de las experiencias traumáticas que dejó la crisis financiera global en el 2008.

Los estragos que causó aquella crisis fueron de tal magnitud que muchas economías aún no se han recuperado. De hecho, esta ha sido una de las recuperaciones más lentas de la economía mundial. El paradigma económico que había predominado hasta entonces – y que propugnaba una liberalización profunda del sector financiero – se está empezando a revisar.

Durante las últimas décadas el poder de cabildeo de los grupos financieros logró que las regulaciones que los limitaban para tomar mayores riesgos se volvieran más laxas. Su poder influyó también en el establecimiento académico que suministró teorías dogmáticas que respaldaron dicha desregularización. Ahora es evidente que la autorregulación del mercado de valores no basta y que las normas deben volver a fortalecerse para garantizar un mercado financiero sólido y estable.

Las posiciones dogmáticas  y miopes en la academia también han empezado a ceder terreno. La tecnocracia – que con base en aquellos dogmas frecuentemente modeló las políticas públicas y despreció a los que tenían opiniones diferentes – ha empezado a reconocer con humildad y sensatez las falencias y los peligros que entraña esa visión fundamentalista. Por ejemplo, hace poco el Fondo Monetario Internacional desconcertó a muchos de aquellos antiguos economistas iluminados cuando reconoció que los controles de capitales son un instrumento válido para que un país pueda ejecutar su política macroeconómica y proteger su economía nacional.

Mercados financieros sanos son indispensables para el funcionamiento y desarrollo de una economía moderna. Por eso la regulación, como en tantos otros mercados, debe promover en ellos la competencia, la transparencia y la protección de los usuarios. Los mercados evolucionan y se adaptan con gran facilidad; de igual manera las normas que los regulan deben evolucionar. Ojalá el Gobierno haya escuchado este campanazo de alerta.

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