En medio de la controversia me parece muy oportuno resaltar algunas de las ideas que expone Mario Vargas Llosa en su último libro llamado La Civilización del Espectáculo, concepto que define como la cultura donde el entretenimiento ocupa el primer lugar en la tabla de valores y donde divertirse, escapar del aburrimiento, es el objetivo. Aunque ese ideal de vida puede ser legítimo, convertir esa tendencia natural a pasarlo bien en un valor supremo tiene, según el nobel de literatura, consecuencias inesperadas: la banalización de la cultura, la generalización de la frivolidad y, en el campo de la información, la proliferación del periodismo irresponsable de la chismografía y el escándalo. Es en este contexto cultural en donde surgieron los realities.
Vargas Llosa sostiene con atino que no existe forma más eficaz de entretener y divertir que explotando las bajas pasiones de la gente a través del escándalo, la infidencia, el chisme, la violación de la privacidad, el sexo e, incluso, la calumnia y la mentira. Ello va produciendo un trastorno recóndito de las prioridades: las noticias pasan a ser importantes o secundarias principalmente no tanto por su significación económica, política, cultural y social como por su carácter novedoso, sorprendente, insólito, escandaloso y espectacular.
Para el afamado escritor peruano, se ha creado una cultura de masas que busca ofrecer novedades accesibles para el público más amplio posible y que distraigan a la mayor cantidad posible de consumidores. Su intención es divertir y dar placer, posibilitar una evasión fácil y accesible para todos, sin necesidad de formación alguna, sin referentes culturales concretos y eruditos. Eso facilita la producción industrial masiva y, por tanto, el éxito comercial de los productos asociados a esa cultura ya que reduce los costos. Es una civilización light que ha dado a la frivolidad la supremacía que antes tuvieron las ideas y las realizaciones artísticas. La frivolidad se convierte en una manera de entender el mundo, la vida, según la cual todo es apariencia, teatro, juego y diversión.
Esa cultura que se pretende avanzada, señala Vargas Llosa, en verdad propaga el conformismo a través de sus peores manifestaciones: la complacencia y la autosatisfacción. Es una cultura que propicia el menor esfuerzo intelectual, no preocuparse ni angustiarse ni, en última instancia, pensar, y más bien abandonarse, en actitud pasiva. Los televidentes se vuelven cada vez más alérgicos a un entretenimiento que los exija intelectualmente, que enriquezca el espíritu y que prepare para disfrutar la vida real. ¿Es esa la clase de cultura que necesitamos para desarrollarnos humanamente?
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