Aunque en la teoría el mundo sigue
tomando consciencia del eminente cambio climático del planeta y su potencial
efecto devastador para la raza humana, en la práctica todavía se percibe un
estado de negación de esa realidad: continúa en aumento la explotación y
contaminación del medio ambiente, el uso de combustibles fósiles y, en general,
la emisión de gases de efecto invernadero.
Esta semana se celebró la Cumbre del
Clima de la ONU en Nueva York, marco en el cual se realizó el lanzamiento de un
informe sobre la nueva economía del clima. El informe, que traza un plan de
acción global, estuvo a cargo de la Comisión Global sobre la Economía y el
Clima en la que participa Colombia.
Resulta paradójico, sin embargo, que los
últimos gobiernos colombianos no han tomado en serio el tema. En nombre de la
confianza inversionista o de la prosperidad las élites gobernantes han
entregado las riquezas naturales de nuestro país a la explotación
indiscriminada. Desconocen el incalculable valor futuro que tendrán esas mismas
riquezas e ignoran el valor social que representan en el presente para
Colombia.
Por eso no dudan en promover la
utilización del fracturamiento o estimulación hidráulica (fracking en inglés) o
las licencias ambientales ‘exprés’ para agilizar la explotación de los recursos
minero-energéticos a pesar de todos los riesgos que suponen para el medio
ambiente, como por ejemplo para el agua, el aire, la atmósfera, las zonas
pobladas, los ecosistemas y la salud.
Estos dirigentes defienden la visión
extractivista que sostiene nuestro modelo económico y el de muchos otros países
en Latinoamérica. Ven esas riquezas como una simple mercancía que tiene como
fin exclusivo aportar al crecimiento económico, la máxima meta para ellos.
Por ejemplo, hace poco Guillermo Perry,
ex ministro de Hacienda, afirmó que “las licencias ambientales y las consultas
comunitarias están entrabando la modernización de nuestra infraestructura”. Con
esa misma visión, Alberto Carrasquilla, otro ex ministro de Hacienda, sostuvo
que “las curas propuestas son demasiado costosas y pueden llegar a ser peores
que la enfermedad […] y le cargan el costo a los países mas pobres y a la
población que en dichos países se beneficiaría mas del crecimiento económico”
¿Le importa a esta clase dirigente los
efectos adversos de la degradación ambiental sobre el bienestar de la
población, sobre todo de los pobres, los más vulnerables? ¿Son sacerdotes
miopes que defienden a ultranza el dogma del crecimiento económico? ¿Son como
Rex Tillerson, presidente de la petrolera Exxon, que sí se opuso al fracking
pero sólo cuando se iba a realizar cerca a su casa? ¿Desconocen que podemos
alcanzar puntos de inflexión en donde pequeños cambios en el equilibrio del
planeta pueden generar consecuencias perversas para nuestra supervivencia y que
por eso es mejor aplicar el principio de precaución?
Como dice Naomi Klein en su nuevo libro
This changes everything: capitalism vs. the climate, “el cambio climático no es un ‘asunto’ para
agregar a la lista de cosas de las que nos debemos preocupar, como la salud y
los impuestos. Es un llamado de atención a la civilización. Un poderoso mensaje
– expresado en el lenguaje de incendios, inundaciones, sequías, y extinciones –
que nos dice que necesitamos un modelo económico enteramente nuevo y una nueva
forma de compartir este planeta”.