El reciente anuncio del nuevo gabinete de gobierno ha suscitado
opiniones encontradas. Algunos celebran que el perfil de los nuevos ministros
sea más técnico que político, dadas las sospechas de que se conformaría para
pagar los favores políticos de la campaña.
Otros critican que es un gabinete netamente santista en el que no
están representados los sectores sociales que promovieron y fueron
determinantes para la reelección del presidente.
También estamos aquellos que consideramos que el nuevo gabinete no
da representatividad a las regiones, a pesar de las intentos y explicaciones
reforzadas del Gobierno por demostrar otra cosa.
En efecto, la mayoría de miembros del gabinete son tecnócratas que
comparten un perfil similar, provenientes prácticamente del mismo círculo
social de la capital del país y con el mismo sesgo ideológico.
¿Representa lo anterior un problema? ¿Es una cuestión para
alarmarse? Por lo menos es una desventaja ya que puede conducir a lo que los
psicólogos llaman “pensamiento de grupo” (groupthink).
Aquel es un fenómeno en el que los miembros de un equipo tienden a
pensar igual, disminuyendo la creatividad y los disensos necesarios para
entender la realidad llena de matices. Esas características resultan
trascendentales si en realidad este gobierno desea consolidar las bases para la
paz ante un posible escenario de posconflicto con las guerrillas.
Más aún, decisiones como esta acentúan el creciente centralismo
que padece el Estado colombiano. Cada vez más, los buenos deseos de
descentralización de la Constitución del 91 son pisoteados por este tipo de
decisiones.
También nos podemos preguntar la causa: ¿No hay técnicos bien
preparados en las regiones que puedan aportar al gobierno central su conocimiento
de la realidad local? ¿Aquello evidencia la disparidad en el acceso a
oportunidades en las regiones? O en el
fondo, ¿es reflejo de un desprecio soterrado de la clase gobernante hacia los
“provincianos”?
Según William Ospina, “el principio de una capital autócrata y
distante, convertida en centro administrativo y ordenador de la nación, fue una
de las consecuencias dramáticas de nuestra historia”. Desde allí una élite
desconocedora y ajena a las realidades del país “nos muestra cuatro cifras
abstractas de prosperidad para demostrarnos que vivimos en el paraíso”.
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