Esta semana Carlos Vicente
de Roux, uno de los concejales de Bogotá más influyentes, anunció su ruptura
con el alcalde Gustavo Petro, después de trabajar juntos en política por doce
años.
De Roux expresó dudas por la
transparencia en la prorrogación de los megacontratos de Bogotá y señaló que la
administración de Petro “es un modelo centrado en el líder, en las ocurrencias
del líder y muy confrontacional con quienes no comparten el esquema”.
El respetado concejal añadió:
“Yo ya estoy mayor para salir a sumarme a la causa de un líder destacado,
carismático, pero que no tiene sentido de organización política distinto a su
propia discrecionalidad y a sus decisiones autónomas”.
En efecto, el enfoque de
Petro es un ejemplo del clásico estilo caudillezco y mesiánico que crece tan
fácilmente en estas tierras. Líderes como él tienden a despreciar las
instituciones y el trabajo en equipo. Sus colaboradores están para obedecer y
seguir al ungido ciega y calladamente.
Estos personajes comparten
una gran falencia: la incapacidad de escuchar. Se embriagan con su propio
discurso y les cuesta escuchar otros puntos de vista; más aún, se irritan
cuando alguien los cuestiona o los contradice. Por eso con facilidad interrumpen
cuando alguien interviene – a no ser que sea para lamberlos.
Precisamente la concejal
Diana Alejandra Rodríguez afirmó que “nosotros le contamos al Alcalde sobre
hechos de corrupción en las alcaldías locales, pero no nos escuchó”, mientras
que el concejal progresista Diego García manifestó que “el Alcalde ha asumido
no tener bancada, sino ser un proyecto político por sí mismo”.
En efecto, los “líderes estilo
Petro” reducen sus proyectos políticos a sus aspiraciones personales,
demostrando incapacidad para empoderar y promover a sus colaboradores. Si
alguien se atreve a cuestionarlos, sencillamente lo descartan. El único
elemento indispensable y digno de valorar en sus equipos son ellos mismos.
Por el contrario, un
verdadero líder escucha con atención y respeto; valora los puntos de vista
distintos porque enriquecen el suyo; las decisiones importantes las toma
teniendo en cuenta las opiniones de su equipo; sabe que no tiene que
“sabérselas todas” y por eso no teme a mostrarse vulnerable o abierto a la
crítica; promueve a los miembros de su equipo constantemente y les muestra
respeto valorándolos, en vez de tratarlos como simples fichas intercambiables.
En un ambiente colombiano
caracterizado por el individualismo exacerbado y por instituciones débiles,
necesitamos liderazgos colectivos que dignifiquen y empoderen a nuestros
ciudadanos. Los espíritus pequeños tienden a engrandecer sus egos, mientras que
los espíritus grandes tienden a engrandecer a sus equipos.
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