Hace algunos años un grupo de intelectuales publicaron un
libro en el que analizaban la situación de Colombia desde diferentes
perspectivas pero partiendo de una teoría en común. A dicha teoría la llamaban
el almendrón y la resumían en la siguiente frase: “Un colombiano piensa más que
un japonés pero dos japoneses piensan más que dos colombianos”. Con ello
querían resaltar que el principal problema de Colombia es el individualismo
exacerbado, la dificultad del colombiano para trabajar en equipo.
Hoy en día se valora cada vez más las habilidades para
trabajar en equipo debido a la creciente complejidad de muchos temas que
requieren el aporte de personas con diferentes rasgos y destrezas. Un equipo eficiente –una ventaja competitiva para
cualquier organización– no es simplemente un grupo de personas que se reúnen a
trabajar juntas.
Patrick Lencioni en su libro “Las cinco disfunciones de un
equipo” (The five dysfunctions of a team)
señala los obstáculos que un grupo debe superar para convertirse en un equipo.
El primer obstáculo es la falta de confianza que hace que
los colaboradores duden en pedir ayuda o
en proveer retroalimentación constructiva; también hace que salten a
conclusiones sobre las intenciones y aptitudes de otros sin antes intentar
clarificarlas. Los miembros de un equipo deben sentirse tranquilos al mostrar
sus debilidades, errores o falencias entre sí. Construir confianza requiere
compartir experiencias y entender los atributos distintivos de cada miembro del
equipo.
La segunda disfunción de un equipo es el miedo al conflicto.
Todas las relaciones importantes en la vida requieren del conflicto productivo
para crecer – aquel que se centra en las ideas y evita juzgar de manera
destructiva los rasgos personales. El
conflicto productivo facilita alcanzar la mejor solución posible en el menor
periodo de tiempo. Cuando se evita el conflicto con el fin de no afectar los
sentimientos de los miembros del equipo se puede llegar a un estado de falsa
armonía; lo contrario ocurre con el debate franco y desprevenido.
El tercer problema es la falta de compromiso que en este
contexto depende de la claridad y el apoyo a las decisiones. Para lograrlo se
debe entender, por una parte, que el consenso no es indispensable sino que
basta con que todas las opiniones hayan sido escuchadas y tenidas en cuenta en
la decisión y, por otra, que incluso en entornos de incertidumbre es posible comprometerse
con un plan acordado. Un buen equipo entiende que es mejor tomar una decisión
arriesgada y errar que terminar paralizados por el exceso de análisis.
La cuarta disfunción es evitar el dar cuentas, entendida
como la indisposición de los miembros del equipo a controlar a sus compañeros con
respecto a su desempeño o los comportamientos que pueden perjudicar al equipo.
Los miembros de equipos eficientes mejoran sus relaciones manteniendo a los
otros responsables.
La poca atención a resultados en la última disfunción de un
equipo y se refiere a la tendencia de los miembros a preocuparse por algo
diferente a los objetivos colectivos del grupo. Por ejemplo, para algunas
personas el solo hecho de hacer parte del grupo es suficiente para mantenerlos
satisfechos por el estatus que eso representa; para ellos lograr resultados
específicos puede ser algo deseable pero no amerita compromiso o sacrificio.
Para otros miembros puede ser simplemente una oportunidad mejorar su propia
posición u oportunidades de carrera a costas del equipo. Un equipo funcional,
por el contrario, hace de los resultados colectivos del grupo algo más
importante que los objetivos individuales de cada miembro.
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