Esta semana asistí a la primera clase de un curso de postgrado sobre desarrollo económico. Durante la introducción la profesora señaló que el curso sólo iba a tratar la parte positiva y no la normativa. Con lo primero los economistas se refieren a “lo que es” o a lo descriptivo, mientras que con lo segundo a “lo que debe ser” o a lo valorativo. El análisis positivo, según la profesora, se refiere principalmente a la eficiencia y el análisis normativo a la justicia. Desde hace algunas décadas, especialmente con el impulso de Milton Friedman, el enfoque positivista ganó bastante fuerza dentro de la economía, la cual se volvió al mismo tiempo cada vez más cuantitativa. Años después, en todo curso de introducción a la economía ya se enseñaba que para hacer un estudio serio y riguroso de la economía se requería dejar a un lado consideraciones morales o cualquier juicio de valor.
Esta concepción o narrativa neoclásica se convirtió en la sabiduría convencional en la economía. Otros enfoques metodológicos se comenzaron a despreciar o desestimar. Progresivamente los postulados neoclásicos se convirtieron en dogma, en verdades irrefutables soportadas por métodos de análisis sofisticados y objetivos, libres de opiniones y apreciaciones subjetivas de dudoso valor científico, según sus defensores.
Algunas voces aisladas se alzaron en contra de esta visión limitada y dogmática, sobretodo después de la crisis económica global que comenzó en el 2007 y que evidenció varios de las limitaciones y problemas del modelo económico predominante. La carta de algunos estudiantes inscritos en un curso de economía en Harvard llegó a ser famosa – algunos años antes, estudiantes de Cambridge ya se habían manifestado en términos similares. La sociedad comenzó a percibir más claramente que muchas de las bases conceptuales del modelo actual pueden generar una inestabilidad excesiva en todo el sistema y no son sostenibles en el largo plazo. Una consecuencia negativa ha sido el alarmante nivel de desigualdad en muchos países. Un reporte de Naciones Unidas, por ejemplo, señaló la semana pasada que la desigualdad de ingresos permanece extremadamente alta en Latinoamérica al igual que la informalidad laboral, la cual afecta principalmente a los jóvenes y a las mujeres. En Colombia, en particular, la informalidad ha aumentado incluso durante los períodos de buen desempeño económico según el informe.
Por todo lo anterior, me sorprendió mucho que en un curso de economía –en una de las veinticinco mejores universidades del mundo en esa área - todavía se siga enseñando lo mismo y formando idiotas sabios, es decir, estudiantes que manejan herramientas de análisis muy sofisticadas pero que no son capaces de evaluar el impacto real de las políticas económicas en la sociedad teniendo en cuenta aspectos morales y normativos que, como seres humanos, no podemos ignorar. Como dice Tomas Sedlacek en Economics of Good and Evil, “la economía es predominantemente un área normativa. No sólo describe el mundo sino que es frecuentemente sobre cómo debe ser el mundo”
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