En las recientes elecciones autonómicas y municipales de España, los partidos tradicionales sufrieron una contundente derrota a mano de las nuevas fuerzas políticas que surgieron a raíz de la crisis económica y del movimiento de los indignados.
Como lo manifestó el diario español El País, estas fuerzas representan un voto de protesta y descontento frente a la corrupción y el mal manejo económico. Los españoles no aguantaron más el cinismo y mezquindad de los dirigentes pertenecientes al régimen bipartidista que ha gobernado durante los últimos años. Un régimen que llevó al país ibérico al borde del colapso, que aumentó el desempleo sobre todo en los jóvenes y que defendió políticas de austeridad en las que la clase media mayoritaria se ajustaba para salvar a una minoría adinerada.
Estos movimientos políticos de vanguardia están siendo liderados por jóvenes altamente preparados, críticos, independientes y alejados de las prácticas políticas tradicionales. Aunque tienen diferentes ideologías, los caracteriza su disposición común al debate, a la confrontación de ideas y al análisis de propuestas serias para devolverle a los ciudadanos la esperanza y confianza en las instituciones y en la política.
La situación actual de Colombia también amerita un cambio; requiere de la acción decidida y regeneradora de los jóvenes, en edad y en espíritu. Muchos colombianos, esperando con anhelo esa renovación en la política, dicen en tiempo de elecciones que “hay que darle la oportunidad a los jóvenes” o que “se necesita sangre nueva”. Pero, ¿es la juventud garantía de renovación política?, ¿es suficiente que un candidato sea joven para que esperemos un cambio?
Muchos candidatos jóvenes empiezan sus carreras políticas de la mano de políticos tradicionales o hacen campañas utilizando las mismas viejas costumbres; es decir, gastando grandes sumas de dinero para dar regalos y ofreciendo puestos y contratos públicos a diestra y siniestra. Sus campañas muchas veces son financiadas por políticos, contratistas o funcionarios públicos que manejan entidades oficiales de manera inescrupulosa. Otros fundamentan “su nueva forma de hacer política” en discursos vacíos ya que han despreciado la necesidad de prepararse para estar en capacidad de entender los problemas públicos y, sobre todo, de ofrecer soluciones concretas y adecuadas para sus comunidades.
Afortunadamente son más los jóvenes que no se quedan en un estado de queja continua, de conformismo o de indiferencia, sino que con mucha coherencia se preparan y se mantienen alejados de las prácticas tradicionales. Muchos tienen una sensibilidad social muy alta y trabajan con un interés real en el progreso y empoderamiento de sus comunidades y no por simple oportunismo en tiempo electoral.
La verdadera renovación política y social solo vendrá de aquellos jóvenes y colombianos que sean conscientes del daño que el clientelismo y la cultura de la ilegalidad le hacen a las instituciones y que por eso guardan coherencia entre lo que critican y lo que hacen; de jóvenes preparados para liderar con visión, transparencia, solidaridad y humildad la transformación colectiva de Colombia.