Hoy se cumplen 31 años del
magnicidio de Rodrigo Lara Bonilla, un político que dejó muy en alto el nombre
del Huila. Lara Bonilla fue un huilense que murió por defender con valentía y
convicción nuestras instituciones democráticas que, aunque débiles e
incipientes, ya en su época empezaban a ser fuertemente amenazadas por el
naciente y creciente fenómeno del narcotráfico.
Nos podemos preguntar ¿qué
significado debería tener la figura de Lara Bonilla hoy para los huilenses? Hoy
cuando el departamento enfrenta niveles alarmantes de pobreza, desigualdad,
rezago educativo y productivo. Hoy cuando el presidente de la Cámara Colombiana de la Infraestructura señala que, según los
resultados de corrupción en la contratación del año pasado, tanto el Huila como
Neiva ocuparon el tercer lugar entre los departamentos y municipios más
corruptos respectivamente. La corrupción en el Huila aumenta cada vez más ante
la mirada conformista, escéptica o pasiva de muchos opitas.
A veces se escucha a huilenses que han adoptado una visión
completamente cínica: “Todos los funcionarios públicos son corruptos”, “si uno
es honesto lo tratan de tonto”, “uno no dice que no roben, pero que hagan
algo”. Se empieza a creer que lo normal es ser deshonesto y que ser honrado es
imposible o, por lo menos, inconveniente.
¿Qué clase de desarrollo o de democracia podemos entonces
esperar si, como
dice William Ospina, “lo más grave es que los miembros de una sociedad terminen
por no creer en el honor, en la dignidad, en el valor de la palabra empeñada,
en el orgullo de respetar los compromisos, en la compasión ante el dolor de los
demás”?
Es allí donde irrumpe con fuerza y claridad el ejemplo valeroso,
coherente y digno del ex ministro Lara Bonilla; ejemplo que debe ser preservado y
resaltado de tal forma que se convierta en un referente moral y una fuente de
inspiración para las nuevas generaciones en el Huila.
Debemos evitar el camino
fácil de la componenda moral y la ambigüedad marrullera. Solo así podremos
realmente crear un sentido de lo público, ayudar a arraigar la ley en la
conciencia de los ciudadanos en vez de la cultura de la ilegalidad, y favorecer
el buen vivir de todos los colombianos sin caer en el viejo error, como alerta
Ospina, “de pensar que unos cuantos elegidos se encargarán de transformar el
país y salvarnos de la adversidad. Colombia necesita un pueblo entero comprometido
en su transformación”.
Luis Carlos Galán, otro
hombre recto y pulcro, dijo el día del entierro de Lara Bonilla que él “asumió
su misión, consciente de que no vería el final de la batalla, pero seguro,
también, de que su actitud tendría que sacudir la conciencia colectiva”. Defender
las instituciones democráticas fue para Lara una obsesión y, como decía Gabo, “las
obsesiones dominantes prevalecen contra la muerte”.