Muchas años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía podría preguntarse por qué Colombia no encuentra todavía la paz.
Y una vez más se estremecería con la comprobación de que el tiempo no pasa, sino que da vueltas en redondo. La historia de este país macondiano es un engranaje de repeticiones irreparables, una rueda giratoria que podría seguir dando vueltas hasta la eternidad, de no ser por la decadencia progresiva e irremediable del conflicto armado y la determinación de pararlo por parte de la mayoría de los colombianos.
Es como si Dios hubiera resuelto poner a prueba toda capacidad de asombro, y mantuviera a los habitantes de Colombia en un permanente vaivén entre el alborozo y el desencanto, la duda y la revelación, hasta el extremo de que ya nadie puede saber a ciencia cierta dónde estaban los limites de la realidad. Nos podríamos preguntar qué cuernos es lo que está pasando.
Los gobernantes todavía son en muchos casos personas sin iniciativa y meras figuras decorativas. La única diferencia actual entre liberales y conservadores continúa siendo que los liberales van a misa de cinco y los conservadores van a misa de ocho. La inconformidad de los trabajadores y campesinos todavía se funda en la insalubridad de las viviendas, la inequidad de las condiciones de trabajo y el engaño de los servicios médicos. Aún los médicos no examinan a los enfermos y les ponen en la lengua una píldora del color del piedralipe, así tengan paludismo, blenorragia o estreñimiento.
Los decrépitos magistrados de las altas cortes que en otro tiempo eran insignia de ética y competencia, ahora desvirtúan estos cargos con arbitrios que parecen cosa de magia y comportamientos de sinvergüenzas. Es allí donde ilusionistas del derecho han demostrado que las reclamaciones de muchos periodistas sobre la crisis de la justicia no carecen de validez.
Con su terrible sentido práctico, Úrsula no podría entender el modelo económico de Colombia nuevamente enfocado en darle todos los privilegios al señor Brown para su negocio bananero y en cambiar pescaditos de oro por monedas de papel y mercurio de modo que tendremos que trabajar cada vez más a medida que más vendemos, para satisfacer un circulo vicioso exasperante.
Nos hemos llenado de mafiosos, testaferros de pacotilla, politiqueros inescrupulosos, que en pocos años, sin esfuerzos, a puros golpes de “suerte”, han acumulado grandes fortunas, gracias a la proliferación sobrenatural de sus bienes. Es como si sus yeguas parieran trillizos, sus gallinas pusiesen dos veces por día, y los cerdos engordaran con tal desenfreno, que nadie puede explicarse tan desordenada fecundidad, como no sea por artes de magia… negra. Úrsula sí entendería, en cambio, por qué un periodista alguna vez dijo en jeringonza amarantiana: “pafaísfi defe mifierfedafa”.
La suposición de que “Remedios”, la guerra, y sus poderes de muerte deben continuar está sustentada en intereses mezquinos o por lo menos en miedos exagerados. Tal vez, no sólo para rendirla sino también para conjurar sus peligros, bastaría con un sentimiento tan primitivo y simple como el perdón y la reconciliación, pero eso es lo único que no se le ha ocurrido a algunos. Quizá el prolongado encantamiento, la incertidumbre del mundo, el hábito de obedecer, han resecado en su corazón las semillas de la rebeldía que requiere la opción de la paz.
Otros prefieren vivir en un país mágico, anonadados por las funciones circenses de los mercachifles de diversiones y las ocurrencias de los asesores de imagen del presidente. Ante la compleja realidad del país, “Seguro que es un sueño”, insisten los crédulos. “En Colombia no ha pasado nada, ni esta pasando ni pasará nunca. Este es un pueblo feliz”.
De aquellos incestos con narcotraficantes, guerrilleros, paramilitares y corruptos, hemos nacido con cola. Pero somos una generación predispuesta para empezar la estirpe otra vez por el principio y purificarla de sus vicios perniciosos. Como dijo José Arcadio Buendía, “lo esencial es no perder la orientación”. Y en este relámpago de lucidez tenemos conciencia de que somos capaces de resistir sobre nuestra alma el peso abrumador de tanto pasado y podemos demostrar que no era cierto que las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.
viernes, 28 de junio de 2013
lunes, 10 de junio de 2013
¿Universidad pública gratuita?
El pasado
fin de semana la Mesa Amplia Nacional Estudiantil (Mane) aprobó la propuesta de
ley que presentará para reformar la educación superior en Colombia. Una de las
principales banderas de ese proyecto continúa siendo la exigencia de que la
educación superior pública sea gratuita.
Si bien esta demanda puede parecer justa y urgente, me parece que en el contexto actual hay otras necesidades más apremiantes. Esa medida, incluso, podría tener consecuencias contrarias a lo que busca o por lo menos no contribuye a solucionar significativamente el problema de fondo.
Colombia es hoy un país con una alto nivel de desigualdad social y un bajo nivel de movilidad social en el sentido de que es muy probable que el que nazca pobre, muera pobre.
Particularmente la baja calidad en la educación básica para los estudiantes de estratos bajos hace más difícil que estos puedan ingresar y mantenerse en las universidades públicas; mientras que aquellos que pudieron pagar una mejor educación tienen mayores probabilidades de ser admitidos en las universidades públicas. Este es un factor más determinante que el costo de las matrículas.
Es por esta razón que mientras no se enfoquen los esfuerzos en mejorar la educación básica, hacer que la educación superior sea gratuita representaría en gran medida un subsidio a los que no lo necesitan – es decir, sería un subsidio regresivo – aumentando aún más la inequidad. Los países con educación pública gratuita y de calidad – por ejemplo Alemania y Francia – tienden a tener sociedades muchísimo menos desiguales que la colombiana y con sistemas escolares de primer nivel.
Por tanto, la prioridad del gobierno debe ser diseñar políticas públicas orientadas a mejorar la educación temprana y básica de las clases menos favorecidas. Se deben crear incentivos adecuados para que los niños desarrollen sus capacidades, la labor docente tenga un mayor reconocimiento social y la sociedad en general valore más el papel de la educación.
Se debe tener en cuenta también que para que la educación de calidad permita reducir la pobreza y la desigualdad, la economía debe ofrecer oportunidades laborales formales y promover la innovación. Es en este punto que se deben centrar los esfuerzos de reforma a la educación superior. Para esto el Estado debe garantizar una adecuada financiación de las universidades públicas, promover el trabajo conjunto con el sector productivo y alinear la política macroeconómica con objetivos de inclusión social e industrialización.
En fin, el valioso aporte de los estudiantes universitarios a través de la Mane debe tener una visión más amplia de las necesidades educativas de las actuales y futuras generaciones
Si bien esta demanda puede parecer justa y urgente, me parece que en el contexto actual hay otras necesidades más apremiantes. Esa medida, incluso, podría tener consecuencias contrarias a lo que busca o por lo menos no contribuye a solucionar significativamente el problema de fondo.
Colombia es hoy un país con una alto nivel de desigualdad social y un bajo nivel de movilidad social en el sentido de que es muy probable que el que nazca pobre, muera pobre.
Particularmente la baja calidad en la educación básica para los estudiantes de estratos bajos hace más difícil que estos puedan ingresar y mantenerse en las universidades públicas; mientras que aquellos que pudieron pagar una mejor educación tienen mayores probabilidades de ser admitidos en las universidades públicas. Este es un factor más determinante que el costo de las matrículas.
Es por esta razón que mientras no se enfoquen los esfuerzos en mejorar la educación básica, hacer que la educación superior sea gratuita representaría en gran medida un subsidio a los que no lo necesitan – es decir, sería un subsidio regresivo – aumentando aún más la inequidad. Los países con educación pública gratuita y de calidad – por ejemplo Alemania y Francia – tienden a tener sociedades muchísimo menos desiguales que la colombiana y con sistemas escolares de primer nivel.
Por tanto, la prioridad del gobierno debe ser diseñar políticas públicas orientadas a mejorar la educación temprana y básica de las clases menos favorecidas. Se deben crear incentivos adecuados para que los niños desarrollen sus capacidades, la labor docente tenga un mayor reconocimiento social y la sociedad en general valore más el papel de la educación.
Se debe tener en cuenta también que para que la educación de calidad permita reducir la pobreza y la desigualdad, la economía debe ofrecer oportunidades laborales formales y promover la innovación. Es en este punto que se deben centrar los esfuerzos de reforma a la educación superior. Para esto el Estado debe garantizar una adecuada financiación de las universidades públicas, promover el trabajo conjunto con el sector productivo y alinear la política macroeconómica con objetivos de inclusión social e industrialización.
En fin, el valioso aporte de los estudiantes universitarios a través de la Mane debe tener una visión más amplia de las necesidades educativas de las actuales y futuras generaciones
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