Los colombianos hemos reaccionado enérgicamente contra la pretendida
reforma a la justicia aprobada por la mayoría de congresistas con el
asentimiento del gobierno y de algunos magistrados de las cortes. Después de su
aprobación por parte del congreso, periodistas y miembros de la sociedad civil
empezaron a criticarla con más vehemencia. Ante la creciente agitación en las
redes sociales, el presidente Santos decidió repentinamente frenar la entrada
en vigor del acto legislativo que aumentaba la impunidad relacionada con los
congresistas y desvirtuaba el espíritu democrático de la constitución
política. La reacción más común de los políticos implicados ha sido la de
lavarse las manos, culpabilizar a otro o simplemente pasar de agache. A pesar
de que al final el congreso decidió archivar el proyecto, la indignación no ha
parado de crecer. La imagen del presidente Juan Manuel Santos, del congreso y
de las cortes se afectó seriamente al igual que el optimismo de los
colombianos, como lo muestran las últimas encuestas.
En medio de la efervescencia actual es común ver
críticas acaloradas contra los políticos por su evidente deshonestidad,
irrespeto por las instituciones y desinterés por el bien común. Sin embargo, no
sería extraño que la reacción emotiva disminuya en los próximos días y que
después todo siga igual. Por eso considero que este episodio debería ayudar a
cuestionarnos qué estamos haciendo mal pues según la sabiduría popular un
pueblo tiene los gobernantes que se merece. Por ejemplo, si se vota por
políticos que compran votos, mercadean los puestos públicos y se asocian con
políticos que han sido juzgados por corrupción, ¿podemos esperar que, una
vez electos, actúen honestamente? Más aún, si no votamos o aceptamos prácticas
corruptas durante las campañas, ¿podemos después sorprendernos de que los políticos
deshonestos nos traten como bobos?
Hay una incoherencia entre lo que pensamos y lo que hacemos, entre lo
que rechazamos fervientemente y lo que terminamos apoyando ingenuamente. Esa
discordancia se refleja en expresiones como “Que robe pero que haga algo”.
Acaso, ¿no es posible ser honesto? ¿No
es deber de un funcionario público cumplir rectamente con sus funciones por las
cuales le pagamos con los impuestos? Se dice que la apatía por la política va a
crecer aún más después de este escándalo. Yo diría que en realidad es apatía
hacia la politiquería, es decir, la imagen falsa de política que estamos
acostumbrados a ver y que muchas veces apoyamos sin pensar en las
consecuencias. Además, con un pueblo que no sabe elegir y le facilita el camino
a los corruptos, resulta fácil que personas honestas, competentes y con interés
de contribuir al bienestar de los colombianos se desanimen de entrar a la
política. De esta forma, se perpetúa la politiquería tradicional que hoy nos da
asco y que tanto daño le hace al país.