viernes, 29 de junio de 2012

De la efervescencia a la coherencia

Los colombianos hemos reaccionado enérgicamente contra la pretendida reforma a la justicia aprobada por la mayoría de congresistas con el asentimiento del gobierno y de algunos magistrados de las cortes. Después de su aprobación por parte del congreso, periodistas y miembros de la sociedad civil empezaron a criticarla con más vehemencia. Ante la creciente agitación en las redes sociales, el presidente Santos decidió repentinamente frenar la entrada en vigor del acto legislativo que aumentaba la impunidad relacionada con los congresistas y desvirtuaba el espíritu democrático  de la constitución política. La reacción más común de los políticos implicados ha sido la de lavarse las manos, culpabilizar a otro o simplemente pasar de agache. A pesar de que al final el congreso decidió archivar el proyecto, la indignación no ha parado de crecer. La imagen del presidente Juan Manuel Santos, del congreso y de las cortes se afectó seriamente al igual que el optimismo de los colombianos, como lo muestran las últimas encuestas.


En medio de la efervescencia actual es común ver críticas acaloradas contra los políticos por su evidente deshonestidad, irrespeto por las instituciones y desinterés por el bien común. Sin embargo, no sería extraño que la reacción emotiva disminuya en los próximos días y que después todo siga igual. Por eso considero que este episodio debería ayudar a cuestionarnos qué estamos haciendo mal pues según la sabiduría popular un pueblo tiene los gobernantes que se merece. Por ejemplo, si se vota  por políticos que compran votos, mercadean los puestos públicos y se asocian con políticos que han sido juzgados por corrupción, ¿podemos esperar que, una vez electos, actúen honestamente? Más aún, si no votamos o aceptamos prácticas corruptas durante las campañas, ¿podemos después sorprendernos de que los políticos deshonestos nos traten como bobos?

Hay una incoherencia entre lo que pensamos y lo que hacemos, entre lo que rechazamos fervientemente y lo que terminamos apoyando ingenuamente. Esa discordancia se refleja en expresiones como “Que robe pero que haga algo”. Acaso, ¿no es posible ser honesto? ¿No es deber de un funcionario público cumplir rectamente con sus funciones por las cuales le pagamos con los impuestos? Se dice que la apatía por la política va a crecer aún más después de este escándalo. Yo diría que en realidad es apatía hacia la politiquería, es decir, la imagen falsa de política que estamos acostumbrados a ver y que muchas veces apoyamos sin pensar en las consecuencias. Además, con un pueblo que no sabe elegir y le facilita el camino a los corruptos, resulta fácil que personas honestas, competentes y con interés de contribuir al bienestar de los colombianos se desanimen de entrar a la política. De esta forma, se perpetúa la politiquería tradicional que hoy nos da asco y que tanto daño le hace al país.